Me cuenta mi prima que pasaron un mes de malestar con mi tía de 83 años. La tía se llama Maria Cristina y la trasladaron hace ya algun tiempo para el hogar de ancianos. Ella se quejaba siempre porque el lugar huele a lejía, pero sabemos que es su cerebro que está mal, bueno a decir verdad, eso creía la familia. Mi prima me dice que en noviembre empezó todo. Cuando fueron a visitarla en la puerta, había un banco con cuatro viejitos, que los miraban con pena, a ella, a su hijo de 7 años y a su papá, el esposo de mi tía. Las enfermeras y empleadas los esperaban, con esa expresión que aprendieron a poner cada vez que hay una mala noticia que dar a los familiares:
-Hoy no se levantó. En una persona como ella, es muy extraño-Luego, la enfermera, apretándose las manos les dijo:
-Creemos que va a morir.
Segun me cuenta mi prima, allí estaba Maria Cristina, como una enorme piedra en la cama, cubierta por varias colchas. No se movía y parecía que no respiraba. Pero una evidencia les indicó que estaba viva, y lo notaron todos: -pero si está roncando….
-Eso no significa nada, padre...-se conduele la enfermera-a veces se van así.
Mi prima continúa con dudas:
-¿Ella comió hoy?
-Sí
-¿Qué comió? ¿Lo comió todo?
-Todo-la enfermera comprendió el sentido de la pregunta: Su esposo miró la figura de su mujer, mi tía. Su voz sale quebrada cuando pregunta:
-Dígame, ¿ella no habla? Anteayer hablamos con ella…. La empleada reconoce:
-No ha hablado más…. Les digo que solo le faltan horas.
Aquello que me contó mi prima parecía una telenovela para llorar o reír, con perdón de mi tía. Es que me cuesta un poco creer todo eso. La última vez que la vi fue hace tres años y todavía tenía algo de memoria. Su cuarto era pequeño: justo para una cama y un baúl. Una estampa de San Lázaro en la mesita de noche, sus collares de santería y una antigua lista de bolita con sus respectivos números para que no se le olviden. Un baúl con diccionarios, enciclopedias y la biblia, todo eso para poder seguir el rumbo de la bolita. Algunos de aquellos libros ya se veían amarillos y marcados por la humedad y el calor. Y en un rincón, en un armario, estaba doblada y planchada, la ropa de la tía: Cuatro batas de interior de algodón, cinco blumers, una blusa negra y roja con hombreras de esponjas. Un pañuelo de rojo para cubrir sus caracoles y su polvo para la mala vista.
Mi tía era de esas mujeres que tuvieron que criar a sus hijos solas y se construyó su propio palacio de arena y cemento. Estaba en todas, desde que dejó de trabajar se dedicó a vender bocaditos, batidos y todo lo que se encontró. Antes trabajaba en la cocina de un complejo turístico "El sibao". Eso le ayudó en sus futuras conexiones con el mercado negro. Su último negocio : recoger bolitas, decía que iba a montar un banco pero que no le alcanzaba el dinero por el momento. Siempre se estaba quejando pero la familia le calculaba más de la cuenta. Sus dos hijas se casaron y se divorciaron al mismo tiempo. Una con un ingeniero y de la noche a la mañana no quiso saber nada de hombres solo de cristo y su religión y la otra, Paula, emigró para Rusia pero bueno, eso es otra historia, ya que al poco tiempo regresó con un hijo en los brazos. Esa es la prima, con la que más me llevo. Su padre, mi tío, desde que lo conozco es un cero a la izquierda en esa tropa de mujeres. Y está allí, ahora, el único a la cabecera de Maria Cristina, lagrimeando.
Me sigue contando Paula que después de dos semanas una nueva empleada los recibieron en la puerta:
-Creemos que de hoy no pasa- le dijo la nueva enfermera
- Pero hace unas semanas que nos vienen diciendo lo mismo, por qué no la llevan al hospital y le hacen un chequeo...nadie tiene certezas de nada….
-Pero pueden estar seguros…Trabajo aquí desde hace 32 años y sé como funciona el humano….uno cree que no pero sí y del día a la mañana a llorar. Yo les digo que se va a morir o me quito el nombre, tengo experiencia en esto y ella de hoy no pasa….es más, debían haber traido la ropa para enterrarla.
Todos los vecinos de la casa la rodeaban con pena. Querían ser útiles pero solo husmeaban en el baúl, barrían las hojas, revisaban la ropa, opinaban. Y allí estaban, por tercera semana consecutiva visitando a la tía en su agonía. Las mismas preguntas, las mismas respuestas:
Después de todo mi prima sacó a su hijo como héroe. Dice que fue el único en darse cuenta desde el primer día, observando el rostro de la abuela. Y ese día mira a la mama y le dice:
-La abuela nos oye! La abuela, cada vez que venimos aquí, abre un ojo, y nos mira!
-Shhh, -dice Paula- no digas disparates, la abuela está muy enferma….
Pero después de irse para la casa, por el camino a mi prima se le quedó un pañuelo y regresó al hogar de ancianos. En ese momento se dio cuenta de que algo inusual estaba pasando: los viejos de la entrada, no bajaban la cabeza pesarosos, y se veían nerviosos. Al entrar, en la mesa del comedor, almorzando, la tía. Vestida rigurosamente de negro y rojo con su San Lázaro en la mesa. Levantó con parsimonia la cabeza y se hizo la desentendida. Continuó almorzando. En un murmullo, balbuceó:
-¡Fue un milagro!