Negro sobre negro

Posted: lunes, 28 de junio de 2010 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Ocurrió después de una noche oscura. Alertados ante una tormenta tropical, los animales y algunas personas especialmente sensibles se mostraban ansiosos. La radio anunciaba cada dos minutos el acercamiento de las lluvias. Pero nosotros, digo los del pueblo, estamos acostumbrados a que todo eso sea una patraña más de la naturaleza. Mi abuela abrió el viejo armario y rebuscó entre la ropa. Encontró lo que buscaba y lo lanzó sobre mi cama, ordenó tajante:
-Manuelita ponte este vestido.

-Y ¿para qué me tengo que poner este vestido negro?

-Vamos a un velorio. ¿No pensarías ir con uno rojo?

-Y ¿para qué vamos a un velorio?

-Para velar un muerto ¿para qué más?

A mí no me gustaba para nada el vestido ese, pero si contrariaba a la abuela me daría una tunda y no tenía ganas de que me sonara el culo. La abuela cerró la puerta con llave y se la guardó en el sujetador. El movimiento fue tan fulminante que no dejaba de preguntarme si la abuela habría ido a una escuela para aprender aquello. Llegamos a la casa del muerto. Allí había unas quince personas, todas de negro, casi compitiendo cual pondría la cara más triste del velorio. En el pueblo estamos acostumbrados a las redundancias, a la amplificación. En mi rutina el velorio era una de mis pocas salidas en mis ocho años. La vivienda la conocía pero aquello era nuevo. La verdad que me daba risa.

-¿Qué haces riéndote?-me regañó mi abuela- lo que tienes que hacer es llorar, como todo el mundo.

Pese al calor sofocante y el deseo que tenía de estar afuera, preferí hacerle caso a la abuela que sentir sus manos afiladas en mi fondillo. Así que arrugué la nariz, cerré la frente y comencé a llorar. Y les aseguro que resultó. Me figuré una patada en el trasero y lo mucho que me dolería. Y aquello funcionaba. ¡Vaya si funcionaba! Abrí un poquito los ojos para ver el efecto que producía y me percaté de que pares de ojos, entre ellos los de mi abuela, me miraban fijamente. Hasta dos mujeres se me acercaron para animarme. Y ahí fue cuando me puse a exagerar más todavía. Pero el manotazo en la cara me dejó sin aliento. Me dejó pasmada.

-No te hagas la idiota, que me dejas en ridículo. La abuela se giró para mirar a los presentes. Los curiosos se dieron por satisfechos viéndome reconfortada.

-Quédate quieta y no digas ni pío ¿oíste?

-Pero abuela me aburro.

-Cómprate un burro

-Y tengo hambre.

-Cómete un alambre.

Sinceramente me aburría. Esperé y esperé y aproveché un momento de descuido general, me paré y me fui hacia la cocina. No sabía exactamente lo que buscaba allí hasta que vi una botella en un estante arriba de la pila de agua, la alcancé, estaba casi llena. Acerqué mi nariz al cuello y reconocí un olor a frutas, algo dulce. Me di un trago, quemaba pero después me dejó un gusto azucarado en la boca. Algo desconocido pero conocido a la vez. Volví a darme un traguito más, no me quemó tanto y mis papilas apreciaron el sabor entre mango y caña. Cuando solté la botella me di cuenta de que había tomado una buena parte y empecé a sentir una flojera en las piernas. Oía rezos lejanos y me pareció ver a la abuela, y a otra abuela más pero idéntica. Ambas se metían una llave en el sujetador. El mismo ademán de la abuela, luego eran tres, cuatro, cinco abuelas que repitieron el movimiento tan fulminante que no dejaba de preguntarme si la abuela habría ido a una escuela para aprender aquello.

Estaba en esas cavilaciones cuando sentí una mano afilada en el brazo, era la abuela que me regañaba “Pero ¿que tú haces? Ven acá, qué tú haces con esta botella, acércate, ven acá, abre la boca, sopla… ¡No, no puede ser! ¿Pero qué has hecho? No es posible.

Quería explicarle el sabor a mango y caña pero sentía mi lengua pesada y pastosa y no se movía, abrí la boca y solo eructé. Comencé a llorar, me figuraba sentir sus manos afiladas en el fondillo o su manotazo en la cara. La abuela se santiguó mientras yo sentía mis piernas cada vez más flojas. ¡Ayúdenme con esa niña que se está cayendo ¡ Llegaron las mujeres y oí muy lejos las voces, sentía algo caliente en las mejillas, estaba llorando, sí, estaba llorando mucho. Escuché entonces una voz más, era distinta a las otras y decía algo que yo sabía ya.

-Pobrecita, m’hijita, déjala en paz. No todos los días se le muere a una un ser querido.

Ateliers St Roch à Montpellier 2010

Posted: viernes, 18 de junio de 2010 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Muestra de talleres de artesanía, del barrio San Roque, Montpellier. Cada año el colectivo de artesanos invita al público para descubrir sus creaciones. El ambiente convivial permite disfrutar de un desfile de moda, un aperitivo, una venta de producto y un concierto al aire libre en el corazón de la ciudad. Para pequeños y grandes, jóvenes y mayores, un buen momento garantizado.

Festival de Fanfares Montpellier 2010

Posted: martes, 8 de junio de 2010 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Hace ya 15 años, algunos jóvenes que venian de barrios y otros de fanfarias, se unieron para darles al publico un festival único en la categoria, bautizado "Festival des fanfares de Montpellier"
Quince años de desfiles con el apoyo del público nacional e internacional, que es tú fiel admirador.
¡Que empiece el festival, ustedes dirán la última palabra!

Fanfares:
Coco Fanfare Clubs
Texas couscous
Nick'l wab
Pink it Black
Talku
Krapos

Veinte años no es nada

Posted: miércoles, 2 de junio de 2010 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Juan estaba nuevamente sentado escuchando con sus oídos sordos. Se apuntaba que se repartirían bonos para comprar refrigeradores: “ojalá me toque uno para calmarle la boca a Juanita” decía Juan. Si se lo ganaba, su mujer podría hacerles duro frío a los niños con guachi pupa de fresa.
El secretario estaba sentado en la mesa que presidía siempre la reunión semanal, mensual, trimestral y anual. Principiaba el himno nacional, todos estaban de pie. Luego empezaron los planes y metas que solo se alcanzaban en la imaginación de aquellos que se encontraban frente a Juan. Cifras y más cifras recorrerían el espacio entre la mesa y el auditorio. Palabras que entraban y salían en los oídos de la gran mayoría. Por supuesto que en todos no ocurría lo mismo, entraban y se quedaban como cualquier virus de computadora, destruyendo las pocas neuronas que les quedaban.

Entonces cuando nadie lo esperaba, empezaron a hablar de los bonos para los refrigeradores. Juan esperaba el punto con impaciencia. Pero para su gran sorpresa se enteró de cosas que no venían al caso, no tenían ninguna relación con los planes de producción, ni con las metas comprometidas, ni con la emulación. A Roberto le pegaban los tarros, no participaba activamente en los trabajos voluntarios, no hacía guardia del comité: sus hijos se quedarían sin el refrigerador, pensaba Juan.
Uno de los secretarios anotaba la asistencia, se sabía la vida de todos los presentes. Anotaba en su agenda roja. La agenda roja era una señal de que había participado en algún congreso de esos, donde todos levantan obedientemente la mano, sin saber por qué. Lo hacían por reflejo condicionado esperando la hora del receso para poder comer la suculenta merienda. El secretario escribía sin parar, sin levantar la mirada, es probable que el caso de Juan sea analizado más adelante, en el seno del núcleo. Juan no era militante. A Roberto se le descartaba automáticamente por tarrú, se decía Juan. Pero nunca llegó su caso, ni al núcleo, ni a las demás asambleas. Esperó terriblemente por Asuntos Generales, y nada. Luego se escuchó otro himno.

Veinte años más tarde Juan se encontraba en la misma situación. Pero los tiempos habían cambiado. En la asamblea dijeron que se podía hablar con “sinceridad”. Juan se preguntaba qué hemos hecho entonces ¿maullar? Nadie hablaba. La mesa era la misma, un poco más grande a decir la verdad. Los secretarios no eran los mismos, María falleció de un infarto y Antonio se fue para España con su agenda roja llena de historias. Dicen que seguía escribiendo datos interesantes sobre la gente de su barrio, pero que no salía por temor a encontrarse con Roberto que se casó con una española. Celia, la encargada de las actividades culturales que tenía un grupo de danza y ensayaba en horas laborables, se fue también. Dicen que se casó con un ruso, dejó embarcado al grupo de danza.

Llegaban los que iban a presidir la asamblea y ocupaban los puestos que una vez pertenecieron a María, Antonio y Celia. El secretario general acercó el micrófono y se produjo un agudo silbido que retumbó en los oídos. Bebo salió disparado hacia el equipo de audio, bueno, lo hizo a la velocidad que le permitía la artritis y movió un botón, el ruido desapareció. Era el único sobreviviente, bueno, él y el equipo de audio. Las miradas se fijaban en dirección a la mesa. Todos eran jóvenes. El secretario invitó a ponerse de pie para escuchar el himno nacional. Uno de los secretarios de turno leyó el orden del día. Otro de los secretarios pasó lista visual de los presentes y anotó algo sobre una agenda roja, se conocía el santo y seña de todos los asistentes. Era muy probable que hubiera asistido a algún congreso de esos, donde todos levantan la mano por reflejo condicionado. Juan esperaba por el punto de Asuntos Generales, ya nadie hablaría sobre los tarros que le pegaron a Roberto, es algo tan natural, vivimos en una sociedad donde hombres y mujeres tienen los mismos derechos. Juan tenía tantos deseos de hablar, de expresar lo que llevaba acumulando desde hacía casi veinte años. Su mirada se dirigió a la mesa. El secretario general hablaba sin parar, hacía mención de logros que nunca se habían logrado, citaba números y más números que entraban y salían por todos los oídos, como el virus que destruye las memorias en las computadoras. Y empezaban las mismas metas, los mismos planes, los mismos retos. Nació la incertidumbre, creció el temor, aumentó la desconfianza. El secretario que estaba sentado al lado derecho del secretario que presidía la asamblea, miró a Juan sacó un bolígrafo del bolsillo de su guayabera, abrió su agenda roja y escribió.

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