San Lázaro milagroso

Posted: martes, 16 de diciembre de 2008 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Me cuenta mi prima que pasaron un mes de malestar con mi tía de 83 años. La tía se llama Maria Cristina y la trasladaron hace ya algun tiempo para el hogar de ancianos. Ella se quejaba siempre porque el lugar huele a lejía, pero sabemos que es su cerebro que está mal, bueno a decir verdad, eso creía la familia. Mi prima me dice que en noviembre empezó todo. Cuando fueron a visitarla en la puerta, había un banco con cuatro viejitos, que los miraban con pena, a ella, a su hijo de 7 años y a su papá, el esposo de mi tía. Las enfermeras y empleadas los esperaban, con esa expresión que aprendieron a poner cada vez que hay una mala noticia que dar a los familiares:


-Hoy no se levantó. En una persona como ella, es muy extraño-Luego, la enfermera, apretándose las manos les dijo:
-Creemos que va a morir.

Segun me cuenta mi prima, allí estaba Maria Cristina, como una enorme piedra en la cama, cubierta por varias colchas. No se movía y parecía que no respiraba. Pero una evidencia les indicó que estaba viva, y lo notaron todos: -pero si está roncando….

-Eso no significa nada, padre...-se conduele la enfermera-a veces se van así.

Mi prima continúa con dudas:

-¿Ella comió hoy?

-Sí

-¿Qué comió? ¿Lo comió todo?

-Todo-la enfermera comprendió el sentido de la pregunta: Su esposo miró la figura de su mujer, mi tía. Su voz sale quebrada cuando pregunta:

-Dígame, ¿ella no habla? Anteayer hablamos con ella…. La empleada reconoce:

-No ha hablado más…. Les digo que solo le faltan horas.

Aquello que me contó mi prima parecía una telenovela para llorar o reír, con perdón de mi tía. Es que me cuesta un poco creer todo eso. La última vez que la vi fue hace tres años y todavía tenía algo de memoria. Su cuarto era pequeño: justo para una cama y un baúl. Una estampa de San Lázaro en la mesita de noche, sus collares de santería y una antigua lista de bolita con sus respectivos números para que no se le olviden. Un baúl con diccionarios, enciclopedias y la biblia, todo eso para poder seguir el rumbo de la bolita. Algunos de aquellos libros ya se veían amarillos y marcados por la humedad y el calor. Y en un rincón, en un armario, estaba doblada y planchada, la ropa de la tía: Cuatro batas de interior de algodón, cinco blumers, una blusa negra y roja con hombreras de esponjas. Un pañuelo de rojo para cubrir sus caracoles y su polvo para la mala vista.

Mi tía era de esas mujeres que tuvieron que criar a sus hijos solas y se construyó su propio palacio de arena y cemento. Estaba en todas, desde que dejó de trabajar se dedicó a vender bocaditos, batidos y todo lo que se encontró. Antes trabajaba en la cocina de un complejo turístico "El sibao". Eso le ayudó en sus futuras conexiones con el mercado negro. Su último negocio : recoger bolitas, decía que iba a montar un banco pero que no le alcanzaba el dinero por el momento. Siempre se estaba quejando pero la familia le calculaba más de la cuenta. Sus dos hijas se casaron y se divorciaron al mismo tiempo. Una con un ingeniero y de la noche a la mañana no quiso saber nada de hombres solo de cristo y su religión y la otra, Paula, emigró para Rusia pero bueno, eso es otra historia, ya que al poco tiempo regresó con un hijo en los brazos. Esa es la prima, con la que más me llevo. Su padre, mi tío, desde que lo conozco es un cero a la izquierda en esa tropa de mujeres. Y está allí, ahora, el único a la cabecera de Maria Cristina, lagrimeando.


Me sigue contando Paula que después de dos semanas una nueva empleada los recibieron en la puerta:

-Creemos que de hoy no pasa- le dijo la nueva enfermera

- Pero hace unas semanas que nos vienen diciendo lo mismo, por qué no la llevan al hospital y le hacen un chequeo...nadie tiene certezas de nada….

-Pero pueden estar seguros…Trabajo aquí desde hace 32 años y sé como funciona el humano….uno cree que no pero sí y del día a la mañana a llorar. Yo les digo que se va a morir o me quito el nombre, tengo experiencia en esto y ella de hoy no pasa….es más, debían haber traido la ropa para enterrarla.

Todos los vecinos de la casa la rodeaban con pena. Querían ser útiles pero solo husmeaban en el baúl, barrían las hojas, revisaban la ropa, opinaban. Y allí estaban, por tercera semana consecutiva visitando a la tía en su agonía. Las mismas preguntas, las mismas respuestas:


Después de todo mi prima sacó a su hijo como héroe. Dice que fue el único en darse cuenta desde el primer día, observando el rostro de la abuela. Y ese día mira a la mama y le dice:

-La abuela nos oye! La abuela, cada vez que venimos aquí, abre un ojo, y nos mira!

-Shhh, -dice Paula- no digas disparates, la abuela está muy enferma….


Pero después de irse para la casa, por el camino a mi prima se le quedó un pañuelo y regresó al hogar de ancianos. En ese momento se dio cuenta de que algo inusual estaba pasando: los viejos de la entrada, no bajaban la cabeza pesarosos, y se veían nerviosos. Al entrar, en la mesa del comedor, almorzando, la tía. Vestida rigurosamente de negro y rojo con su San Lázaro en la mesa. Levantó con parsimonia la cabeza y se hizo la desentendida. Continuó almorzando. En un murmullo, balbuceó:


-¡Fue un milagro!

Entre barbaria y barbería

Posted: martes, 9 de diciembre de 2008 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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En Cuba existen lugares que se las traen. Que parecen como encantados y donde hay un poco de fantasmasocial. En mi barrio se encuentra una pequeña casa esquinera, a un costado del antiguo cine América. En este lugar radicó un barbero que en los años veinte del siglo pasado, tenía un complejo turístico, en las afueras de la ciudad. Muchos decían que su fortuna era por hacer trabajos sucios y dudosos. Algunos clientes, después de pasar por sus manos aparecían muertos de un navajazo en el cuello y con la mitad de su fortuna en manos de vaya usted a saber. Un mal día el barbero, dueño y promotor de aquel gran complejo, apareció ahorcado en la pequeña casa esquinera. Le atribuyeron tan desgraciada decisión al estado de sus finanzas. Tras este suceso el local fue cerrado.

Agapito, fue el barbero de mi barrio, lleva más de 40 años trabajando en esa barbería, donde sucedió el accidente. Le cortó el cabello a todos mis amigos. Me pela desde que lo necesité de niño. Me ha visto crecer, conoce toda la historia de mi familia y la de mis amigos. Cuando era pequeño la gente no hablaba tanto de aquel suceso, a veces, algunos viejos solo se referían al caso simplemente para echarle miedo a los niños como yo, que no se querían pelar. Sino, los temas más importantes se resumían en experiencias amorosas, la mujer, el beisbol, el trabajo y se contaban los últimos chismes del barrio.

Recuerdo que les tenía miedo a aquellos aparatos mágicos de donde Agapito sacaba unos paños humeantes que colocaba sobre la cara de los clientes, perecía como si les quitara o quemara la mitad de la cara. El contrario eran los espejos que tenían formas de mariposa y si te acercabas mucho tu cara se desfiguraba. Ni hablar de la máquina eléctrica con aquel ruido infernal. El "1" era para alante y el "0" para atrás, ese era el famoso pelao de la "malanguita". La mayoría de los niños llevábamos ese corte entonces de moda y que a veces era vergonzoso porque dejaba al descubierto el cráneo y peor para los que lo tenían deforme. El sonido de la navaja barbera sobre la cinta de cuero donde la afilaba, es otro de mis recuerdos. Yo veía a la gente que con la navaja al cuello seguían discutiendo de beisbol o leían un periódico en voz alta e incluso paraban a Agapito un momento para tomar un buchito de café que siempre pasaba vendiendo la mujer del barbero.

Ahora Agapito le cedío el paso a la nueva generación. Está en su casa viviendo de las historias que ha escuchado durante tantos años. Es escritor y dicen que ha publicado dos libros por el momento, "Cómo ser hombre" y el segundo "El fantasma de la casa esquinera". Este último, después de su publicación, produjo que las autoridades cerraran la barbería. Pues tuvo tanto éxito que la gente ya no quería llevar a sus hijos a ese lugar.
Allí sigue la pequeña casa con olor a lociones y colonias, a crema de afeitar, las nubes de taco perfumado de mis recuerdos. Ahora está vacía según dicen, pero manteniendo casi intacta su fachada, pintada ahora de blanco con pintura barata. Nos habla de su pasado en el que se mezclan el misterio y la fama, con el esplendor y la fatalidad.

La fiesta de los bomberos y del fuego

Posted: miércoles, 3 de diciembre de 2008 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Irma es una señora negra de 78 años y una sonrisa de oreja a oreja. Es mi abuela. Le preguntaba algunas veces por qué sonríe siempre y me respondía: -Para que la vida y los santos me sonrían. Desde que tengo uso de razón cuando se acerca esta fecha del 4 de diciembre, ella empieza con su ritual : Este año me cuenta que le fue difícil encontrar las cosas para el altar. Me dice que salió al mercado y regresó decepcionada. Recorrió los mercados de la calle Aguilera, bajó después por Enramadas y, finalmente, en el mercado de Martí compró dos velas, un coco, una hoja de palmera y un tabaco. Entró a la casa, puso todo sobre la mesa y volvió a salir a comprar un hueso de puerco para cocinar un caldo, para Changó. –Es su día- me dice.

La primera vez que la vi con un santo montado yo era muy pequeño, me asusté mucho al verla tirada en el piso y revolcada en sus espasmódicas convulsiones. Había adquirido una voz varonil y cada palabra era expulsada con un poco de espuma por la boca. Algunos de los presentes trabajaban duro para controlarla, no fueron suficientes dos hombres y requirieron la ayuda de otra pareja. Descubrí aquel raro lenguaje acompañado de bocanadas de humo y ese rocío general con colonia barata que venía en un pomito estrecho y alto. Otra vieja tenía un sistema de regadío con las manos y alcanzaba a cada uno de los presentes, hasta uno de mis ojos llegó una gota de aquel horrible perfume que usaban para espantar algo. No pude entonces contener lágrimas involuntarias, tal vez por los efectos del alcohol, quizás por el miedo sentido al ver a mi abuela postrada en el suelo y luchando contra cuatro hombres, su rostro totalmente desfigurado y con voz de macho, yo asistía a todo. Pero aquellas no eran las únicas sesiones de espiritismo o santería, era algo como un deporte en Santiago. A cinco cuadras, cruzando la avenida Martí, justo en la esquina, estaba la Casa de Los Reinerios, bajábamos por una callecita y asistíamos al toque de tambor. Era el mismo cuento, la gente tirada por el piso diciendo barbaridades, casi siempre eran las mujeres las que entraban en trance y los hombres para controlarlas. Humo de tabaco ambientaba la sala, rocío con agua de colonia, voces de machos adquiridas, y luego, cuando se recuperaban, todo quedaba como si no hubiera pasado nada. Vi cosas extrañas en esas sesiones aptas para todas las edades, como por ejemplo, cuando se invocaba la presencia de algún muerto y éste aparecía en el cuerpo de la persona en trance, entonces se establecía un breve diálogo entre el familiar y el muerto presente. Casi siempre era víctima de aquella gotica de ese horrible perfume, no me explicaba el capricho o puntería, porque siempre me adivinaban en un ojo y lloraba de la ardentía.

La casa donde vivía mi abuela era pequeña, la cocina comedor era bastante reducida para su doble función, en la cocina no cabían dos personas paradas al mismo tiempo, lo cual justificaba la presencia del refrigerador fuera de ella, que sumado al espacio ocupado por la mesa, las sillas, el aparador, un bombillo, más el espacio consumido por la jaula de pollos, dejaban muy poco espacio para caminar libremente. La sala era bastante amplia, con sus dos balances, la mesita del televisor y los treintas objetos que decoraban la pared, dejaban un espacio libre, y éste, había sido ocupado por una invasión de santos que vivían con mucha comodidad en un enorme altar, una especie de edificio donde cada uno de ellos tenía su apartamento. Por supuesto Changó era el más importante.
No sé si fue a fuerza de ver todos eso ritos, provocados por mi abuela o mi mala suerte con la colonia, pero hasta el momento el signo de Changó, me arrastra todos los días y de eso le estoy agradecido a esa vieja que ya tiene 78 años y que sigue sonriéndole a sus santos.

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