Olvido

Posted: martes, 23 de marzo de 2010 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Odalis cumple quince años. Por ese motivo la familia está de fiesta: comida y música improvisada hasta la noche, exactamente como en los viejos tiempos. Enrique, el padre, electricista obtuvo permiso de su jefe para faltar ese día (motivo de enfermedad). Compró todo lo que pudo para la fiesta de la hija.

Odalis está nerviosa, hasta el momento ha recibido tres regalos: un pañuelito, para secarse el sudor; un ajustador hecho a mano por su mamá y unas fotos, regalo de su padre. La rusa, la madre, está furiosa con las amistades que no se han acordado del cumpleaños de su hija. Pedrito, el hombrecito de la familia, de doce años, ha examinado los regalos, y ha manifestado disgusto por no haber entre ellos cosas de comer. El padre se ocupa en virarle el cuello a dos gallinas, expresamente reservadas para ese día. La madre se ocupa de los pasteles al mismo tiempo que hace el postre; arroz con leche cocido con cáscaras de limón, y polvoreado con canela después de frío. Entretanto, no cesa de murmurar de las amigas (que viven afuera) que no han mandado nada. Enrique se limita a responder:
-¡Paciencia, calma nosotros también tendremos un día mejor!
La mamá sale de la cocina para arreglar la mesa tratando de variar el miserable aspecto de la pequeña sala. Remueven muebles, tanques de agua vacíos, hornos de carbón y aparatos de cocina eléctricos chinos; ponen servilletas de papel para los invitados y sacan a relucir algunos cubiertos de reserva. Ese día tomarán cerveza, traída en un botellón previamente lavado con agua de ceniza. Todos notan con sentimiento la falta de unas flores y globos.
El padre entra sofocado a su cuarto, son las siete y media y todavía no se ha cambiado. Apenas tiene el tiempo necesario para vestirse. ¡Cojones la caja de betún! ¿Rusaaa la caja de betún donde está? Es vano preguntarle. Se resigna a darle cepillo seco a los zapatos. ¡Y él que pensaba disimular una rotura, a un costado, a fuerza de cubrirla de betún! Pero no hay tiempo que perder; los pantalones, verdaderos mártires, veinte años a fuerza de lavados y resisten. La camisa, casi dan las ocho. ¡Qué rabia!, los botones de la camisa no quieren entrar en los ojales. Cojones, rusaaa los botones de la camisa, tú tienes la culpa que los pones tiesos de almidón. Por último Enrique, aunque rabiando, ha conseguido vestirse.
La madre se impacienta por el carro. Tú estás seguro que Miguel viene con el carro, le pregunta a su marido. Minutos después una transformación de carro americano se detiene en la cuadra. Es el carro de Miguel, algo especial. La parte exterior tiene el estilo original, pero adentro había sufrido modificaciones dignas de un carro de lujo: aire acondicionado, teléfono, televisor, GPS, discoteca, bañera, cuadros de pintores, celulares en todas las puertas… en fin, la última tecnología al servicio de la familia, que claro está, tuvo que pagar su cuota por permitir que la niña se tirara las fotos de los quince dentro de aquella máquina del siglo 21.
-Ustedes están locos, no saben nada de lo que está pasando, por poco no vengo.
-Cállate y empieza a tirar las fotos, le grita la madre a Miguel.
Después de comer, piensa la madre, trasladaré a la cocina los muebles de la sala. A lo largo de las paredes distribuiré una docena de sillas. Los dos tanques de agua los pondré en un rincón; se le olvidó a Enrique comprar unos platillos de plástico. La mujer lo mira acusadoramente; Enrique culpa al hijo que es quien lo ha olvidado.
Encima del sofá se ostentan clavados en la pared, algunos retratos fotográficos pequeños. Todos de la familia: es necesario creer en la familia, dice el padre. En otro rincón, sobre una mesita de madera hay un montón de chucherías entre las que se destacan dos grandes floreros sin flores, dos calabazas, unas uvas, dos plátanos y dos caracoles enormes de plástico. En el piso, se notan varias baldosas rotas.
Nadie llega. La calle está vacía. Nadie toca a la puerta. ¡Tu estas seguro de haber repartido las invitaciones! ¡Porque ni Juanita con su tribu ni toda su familia, están por aquí, pa’ que después no se aparezcan a última hora, como quien manda a pedir azúcar en el almacén! ¡Qué se habrán figurado! ¿Creerán que estamos acostumbrados a esperar?
Ponen la música a fondo, el reggeton se escucha a 12 kilómetros a la redonda.
Tres jóvenes se acercan. Podemos pasar, le preguntan a Odalis. Hacen su entrada a la sala, después de discutir cuál entraba primero. Como por encanto, uno levanta la mano con un pretexto cualquiera, tienen sed.
La madre se sienta en el sofá. Enrique se esta durmiendo pacientemente en su silla, con la cabeza apoyada en los brazos; un cigarrillo, apagado y medio consumido, está al caérsele de los dedos. La música continúa sonando.
Es la una, la fiesta se da por terminada. Los quince de Odalis se han festejado espléndidamente, y todos se han divertido, sueña la madre medio despierta. La culpa la tiene este hombre, mira que hacer una fiesta el mismo día de la manifestación en la plaza de la Revolución.
Al otro día la gente comentaba el escándalo que hubo en la casa de Enrique mientras el pueblo gritaba consignas de Viva la Revolución por el Natalicio de José Martí.

¿Qué bola acere?

Posted: domingo, 14 de marzo de 2010 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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¿Qué bola acere?
Procura responder este correo. Desde enero no sabemos de ustedes, espero que estén bien, por aquí estamos en alerta de terremoto, han circulado y emitido información en el Sierra y por las emisoras sobre un posible terremoto que acabe con Santiago de Cuba y lo que han hecho es alarmar y asustar a la población que no entiende por qué ha habido tanto silencio en torno al tema por tantos años, pero esas son cosas de mi país, tú sabes, y lo cierto es que algo fuerte nos va a sacar de la faz de la tierra, y créeme, es así como te lo digo, no estoy exagerando, ojalá y no pase nada, o que no sea como el de Haití, pero en el estado en que están las casas santiagueras hace pensar en lo peor, lástima que antes no nos dieron más información ni entrenamiento, pues la cultura sísmica del santiaguero está por el suelo, es como si nosotros estuviéramos a mil quilómetros de una falla arquitectónica o como si fuéramos adivinos o superdotados para saberlo todo, pero como esto no afecta a La Habana a los santiagueros no se les dice nada. Aun la televisión tampoco dice nada al respecto (no estamos en La Habana claro) y no se sabe cuánto va a durar el silencio en los medios nacionales, por suerte ya nos estamos entrenando, no es difícil para un santiaguero entender qué es un temblor, hasta los niños en las escuelas están aprendiendo para evitar males mayores, pues la incultura y el desespero matan más que otras cosas. Es triste, pero así son las cosas por aquí, sea cual sea la razón del silencio en torno al tema la verdad es que estamos en ascuas y en gran peligro, y desde hace años, como sabe todo buen santiaguero; sólo que, como tú también sabes, nada oficial ha salido nunca a la palestra pública para que sea del conocimiento de todos nosotros, los del sur de la isla, otra vez el fatalismo geográfico nos muerde, además de otras cosas fatales de mi país. Pero estamos creando, Fernando ya es de la UNEAC y trabaja con ellos ahora en el diseño de su revista y en otras cosas, a mí no me aceptaron, será para otra vez, y no sé si quiera, aunque me lo propongan como ahora. Yo terminé un video arte que quiero hacerles llegar, tú me dices cómo. Por lo demás estamos bien, a mí me da igual el terremoto u otra cosa, igual estamos bien jodidos con este terremoto-ciclón socio-económico que es el Período especial, y al final lo mejor de todo es quererse y amarse con entrega total, y luchar hermano mío, y creer, una vez más, que podemos salir vivo de todo esto como salimos del 93 y el 94, esa satisfacción y alegría no la quita ningún terremoto y ningún gobierno. En lo particular yo estoy bien, me puedes creer, estoy tranquilo, pase lo que pase, de momento estoy vivo y voy a dar guerra hasta el minuto final, ya sea mañana o dentro de veinte, cincuenta o cien años, estoy vivo y voy pa’lante como un tren socio. Ya terminé mi segundo poemario, estoy impartiendo un taller de realización audiovisual aquí en la universidad donde creé un aula audiovisual en el departamento de extensión universitaria, donde sabes que trabajo ahora, además de varios proyectos de realización que tengo en mente. La relación con Yeni va de lo mejor y mi familia está bien por ahora en medios de los azotes de la influenza, del dengue y demás cosas, estamos bien socio y seguimos pa’lante. Así que no se alarmen. Santiago ha cambiado bastante en cuanto al transporte y otras cosas gastronómicas. Ampliaron el Coppelia producto de Expósito el secretario del PCC provincial, que con 10 como él en Cuba esto fuera otra cosa. Bien Broder esto es todo, cuídense y quiéranse mucho. Los dejo por ahora. Besos y abrazos.

Yo, Luisito Díaz

Pasado, presente y futuro

Posted: viernes, 12 de marzo de 2010 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Hoy hace un buen tiempo, “pero lo vamos a pagar” dice mi vecino. Y es verdad, poca gente vive el presente. Prefieren vivir el pasado, el futuro o los dos. Las malas y las buenas cosas las reciben dos veces; las buenas las disfrutan con anticipo y las malas las viven. Por ejemplo: un político nunca promete nada para el presente, decía mi abuela, seguro dirán que sería para el futuro y así sucesivamente, y eso sí que es grave.

Yo tenía a los 5 años, como poca gente en Cuba, una libreta de ahorro. Era la época del futuro por excelencia, todo estaba construido para el mañana. “No toques eso, que es para mañana”, me decía mi mamá, “no utilices esto que es para el futuro”, me decía mi papá, y así hasta José Martí. Yo tenía mil pesos en mi cuenta. Créame que esa cifra sí que es buena. Muchas cosas te podrías comprar. Mi madre podría tener un lindo vestido, mi abuela un balance nuevo, hecho por un buen carpintero, mi papá unos buenos pantalones y mis hermanos muchos juguetes; pero teníamos que esperar el futuro. En el presente de ese tiempo, mi mamá no tenía su vestido, mi abuela no tenía el balance, mi papá el pantalón y yo tenía que contar con los juguetes viejos de mis hermanos y los mil pesos.
Once años más tarde integré el servicio militar. Era la época del periodo especial. No había ni juguetes, ni balances, ni vestidos y mucho menos pantalones, pero sí tenía todavía mis mil pesos. En el servicio militar obligatorio existía también una sola regla «sacrificar parte de tu juventud y morir para que existiera un mañana, para que existiera la paz, sobre todo para el futuro” menos mal que no existió tal guerra con los poderosos del norte (EE.UU), pero sí sacrifiqué buena parte de mi juventud. Al terminar mis tres años de servicio, nos entregaron a cada uno una carta de reconocimiento, un fuerte abrazo y unas palabras como que en el futuro seríamos viejos y tendríamos el respeto de las nuevas generaciones.
Mi abuela siempre lo decía “lo cómico es que no tenemos futuro, porque no existe. Para todo el mundo el futuro seguro es la muerte y nuestro seguro más estimado es el presente, la vida, el minuto mismo; esos minutos que pasaron, créeme mijo que no te pertenecen. Algunos como me ven vieja me dicen que me queda poco que vivir, y eso es falso, no tenemos nada que vivir, nosotros vivimos y es a fuerza de vivir que duramos más. Estamos vivos y por el minuto después estaremos muertos.”
En aquella época no entendía muy bien a la abuela, que a cada minuto soltaba unos de sus sermones. ¿Sería la vejez que le hacía hablar?
Hoy me doy cuenta de que todavía tengo los mil pesos, mis hijos ya tienen edad de tener su propia independencia, por eso he pensado en pasarles mi bien más preciado, fruto de sacrificio de tres generaciones, mi antigua libreta de ahorro.

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