El arte de picar

Posted: viernes, 24 de abril de 2009 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Juanita la de la esquina era una fumadora en potencia. Esa terrible enfermedad la arrastraba a comprar dos paquetes diarios, de las que sólo podía fumar una caja de cigarros. La otra caja se la fumaban sus vecinos, compañeros de trabajo ambulantes, el carnicero, la vendedora del pan y otros. Todos estos amigos son conocidos por “picadores”.
-Préstame uno que cuando compre te lo devuelvo. Tú no tienes un cigarro, que se me quedó el paquete en la casa. Me puedes dar 50 centavos para completar dos cigarros. No fumes delante de mí que estoy dejando el cigarro, pero me puedes dar uno.
Son frases clásicas que identifican “el arte de picar”. Calcula Juanita la de la esquina que 20 cigarrillos diarios que le “picaban” sumaban 7 mil 300 anuales; período en el que convertía unos 14 mil pesos en humo y colilla.
Hubo etapas en las que se engañaba a sí misma. Compraba tabacos, los cortaba en dos o tres trozos, y cabo a cabo se los iba fumando al despertar, después de desayunar, almorzar, comer, merendar y antes de acostarse. Asimilándolo como un deleite más que un hábito. Ignoraba que, aunque no inhalara el humo total y directamente por la faringe, la nicotina le penetraba por la lengua hasta el torrente sanguíneo.
Asegura que por una parte los cigarrillos caseros, conocidos como tupamaros, inundan el mercado, y por la otra, es imposible echar una bocanada de los tabacos de a peso sin lamentarse de su mala calidad. Con un gusto tan amargo como si se tratara de hoja del plátano torcida y apagándose sucesivamente. Otras veces te encuentras con una puntilla, un pedazo de cable, una presilla metálica para papel y demás componentes muy ajenos a la picadura.
“Una vez –comenta Juanita- se me apagaba y se me apagaba la breva. Me percaté de que en la ceniza había algo duro. Con la ayuda de una pinza extraje de su interior un trozo de zíper de la portañuela de un pantalón”.

La verdad es que nadie podía separar a Juanita de la fuma desenfrenada, ni su esposo, ni sus hijos, ni el médico, ni siquiera la acción depredadora de los picadores que se contaban por decenas. Si bien los estimaba en el plano personal, calificaba esas pedigüeñerías como otro vicio semejante al de fumar. Había “amigos de lucha” que suplicaban un cigarrillo teniendo en el bolsillo, y pedían fuego para reservar fósforos o economizar gas y piedra de la fosforera. “Algún día hablaré de esta gente ”.
Hace ya dos meses sufrió un infarto. Dejó el cigarro y los tupas: “Me salvé en tablita, los que se jodieron fueron los picadores”

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