Claro-oscuro tirando a negro

Posted: miércoles, 29 de abril de 2009 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Estas palabras son textuales de una conversación que tuve con Rolando, un amigo. Él jura que esta historia se la contó otro amigo, es decir una tercera persona, la cual no sé quién es. Por supuesto los chismes son así. Claroscuros, tirando a negro. El caso es el siguiente: en un solar de La Habana, capital de todos los cubanismos, donde jamás ha entrado el olor a rosas, ríos, montañas ni muchas otras cosas que representan el campo, sucedío la historia.
Sergio acababa de llegar de Santiago de Cuba. En el solar era uno más de la larga lista. Llegó a la capital con el espíritu de hacerse un sitio en la gran economía cubana. Una semana le fue suficiente para que de pronto se viera favorecido por la presencia de una joven mujer, cuyo mayor atractivo eran un par de rizos que revoleteaban sobre un cuello delicado. Era toda una belleza con acento de feminidad y delicadeza.
Sergio, macho y guerrero, con una larga experiencia del sexo femenino, se imaginaba ya los pormenores propios del sexo. Aunque justo es decir (según mi amigo) que a veces, sobre su perfume que usaba, se percibía un cierto tufo a sudor de potra desbocada. Pero para Sergio eran simples códigos repentinos y fugaces reprimidos tras una larga espera de calor humano. Es decir en celo, para que puedan entender (palabras mías).
Con un cálculo frío y en pocas horas, se trasladaron al primer piso y único de aquel solar. Cuarto número 22. Donde la ausencia de iluminación favorecía sus ansias. En el fragor de la calentura Sergio metió la mano bajo la saya y, para desconcierto suyo, se encontró con el “fenómeno”. ¡Quién iba a decirlo!
La reacción fue de ira ante lo que consideraba una burla y una estafa. La falsa mujer de cabellos rubios y aroma de potra, cayó al suelo y desde allí, con los labios sangrantes, suplicaba y gemía. Sergio se conmovió…. y la perdonó.
La muchacha resultó ser un trabajador del zoológico. El hombre alimentaba a las fieras más peligrosas como: mariposas, colibrís, león y algunos locos que se quedaban a dormir. Rogelio del Monte le cambiaría el destino del advenedizo. Lo incluyó en su libreta de racionamiento y en el registro de vecinos, otorgándole así residencia legal en la capital. Le facilitó el amparo y la anuencia del CDR. Así pues, la estrella de la suerte de Sergio aparecía en la persona de aquel cubano “luchador” y “buscavida” . Dicen que viven felices, y la mutua comprensión sólo se eclipsa por los celos excesivos de Sergio quien, entre otras cosas, le prohibió a Rogelio del Monte, dar de comer a los últimos de su larga lista, el hombre.
¡Quién iba a decirlo! Nadie se explicaba cómo Sergio, siempre alegre, parrandero, macho, pudo haberse desviado por tal camino. ¡Quién iba a decirlo! Fueron las palabras de Rolando cuando colgué el teléfono.
Dos semanas despúes me vino a la mente la historia. Todavía no sabía por qué mi amigo se tomó tanto esmero en contarme ese cuento.
Hoy recibí una carta de otro amigo, contándome entre otras cosas el éxito que tiene Rolando en la capital. Dice que todo le va de maravillas.
¿Rolando en la capital?

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