Patrimonio de un amigo

Posted: viernes, 26 de junio de 2009 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Conocí a mi amigo en los años 80, cuando se mudó con su mamá para el barrio. Venían del campo. En esos tiempo facilmente te podías aprovechar de una casa deshabitada. Mucha gente se iba por el mar y adios pasado, que venga “futuro”. Ellos se instalaron en frente de mi casa. Eso sí, la casa necesitaba arreglos, pero lo esencial era que ya tenían techo. Fueron meses de ardua faena. Todo marchaba bien. Un día se apareció su madre con un nuevo amigo, o “novio", como le dicen allá. Un hombre que se decidiera a hacerle frente a la situación y a ayudarlos en los quehaceres del hogar sería lo mejor que les podría suceder.
El arreglo de la casa terminó. Meses después, la noticia de que su madre, Marta, padecía de cáncer paralizó a su hijo. Nada se podía hacer. Sólo esperar. Rogelio, el padrastro, se llevó a “pasear” a Marta. De regreso, ya eran oficialmente marido y mujer. Marta falleció poco tiempo después. La casa les pertenecía a los dos. Mi amigo empezó a vivir una pesadilla sin final. Pasaron dos años, entre discusiones y pleitos con el padrastro.
Llegó el momento de exhumar los restos de la madre. Mi amigo realizó las gestiones. Al llegar al cementerio Santa Ifigenia, los sepultureros le informaron que el cadáver no estaba. Punto. Su madre desapareció. Mi amigo, espantado, con los ojos húmedos, cuenta que una noche escuchó ruidos en el cuarto de su padrastro. El ruido no era habitual. Al entrar, lo sorprendió con los restos de su madre, revolcados en la habitación.
Su padrastro le dijo que ahora estarían juntos los tres para siempre. Rogelio era religioso y decía a mi amigo que teniendo los restos de su madre en la casa podían escucharla deambular por las noches.
Rogelio perdió el sueño, pero no la razón. Mi amigo recogió los restos de su madre y los llevó para el museo, donde trabajaba como conservador. Allí reposan. Sólo él y yo por supuesto, sabemos el lugar. Nos preguntamos cómo Rogelio robó los restos de su madre, pero ya estaban en un lugar seguro.
Días depués el padrastro desapareció. Se dice que se convirtió en paloma y que todas las mañanas pide su comida, como buen religioso. Ahora cada vez que voy al museo Emilio Bacardí, puedo dedicarles un pequeño rezo a los huesos que se exiben como el único patrimonio auténtico de la civilización española.

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