Naturaleza muerta
Posted: jueves, 28 de mayo de 2009 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas: Juanita la de la esquina
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En la pared de la casa de Guillermo, el médico del barrio, solo había cuadros de comida. Todos los países estaban representados: España era el primer plato que siempre le gustó a su mujer. La semana pasada, aquella página del la revista "Hola" española, convertida en cuadro fue la perdición de Guillermo.
Yo tenía ganas de comerme un bistec de res, sabroso, gordo, rebosante de sangre. Como lo anunciaba aquel cuadro que estaba en la sala. Se lo dije a mi mujer , pero me miró atravesada, nadie iba a venderme carne de res. Es que yo había olvidado a qué sabía un bistec de res, pero aquel cuadro me despertó el recuerdo. Fue idea de mi mujer decorar la casa con escenas típicas de distintos países. Por supuesto la cocina fue el tema principal.
Estuve tres o cuatro días indagando en le barrio, quién podía venderme unas cuantas libritas de carne. Pero nada.
Al quinto día se apareció en la puerta de la consulta Juanita la de la esquina
- Docto’, yo tengo carne de primera.
La observé, el estómago reaccionó primero. Hizo un leve ruido, se movía. Luego se me movió la mente.
- ¿A cuánto?
- A cincuenta la libra, pero por ser pa’ ti, te la dejo en cuarenta, ¿ te cuadra?
- Me cuadra, ¿ te doy en medicamentos lo que no pueda darte en efectivo?
- Meprobamato y Parkinsonil. El Mepro pa`mi y el Parkin pa`Lezama. Agarra tremendas notas, lo liga con el ron y se pone a gritar historias.
- Adelante con los tambores, ahora no hay nadie. Vamos pa`tu casa.
Eran como las once y pico de la mañana. Llegamos a la casa de Juanita. Una de las hijas estaba limpiando la sala, era un piso de mosaicos antiguos y rajados, pero que cogía buen brillo si frotabas duro. Olía a kerosén fresco. Comprobé que la muchacha echaba unos chorritos de una botella en el cubo de la limpieza. Era luz brillante.
- Pasa, Guillermo... No te quedes ahí en la puerta.
La hija tenía una voz dulce y la sonrisa de la madre, abierta, con la misma cantidad de dientes. Era delgada y fibrosa y movía la cintura de una forma contagiosa.
- No, me quedo aquí.
La madre nos dejó hablando y desapareció por un pasillo mientras su hija pasó el trapeador por debajo del sofá y dos cachetes asomaron por debajo del diminuto pantalón, allí se quedó unos minutos como si buscara algo bajo el mueble.
- Esto es de primera. Cinco libras, a cuarenta: doscientos pesos. Dame cien pesos y lo otro en pastillas, ¿okey?
- ¡Sabroso! Mañana te traigo el dinero y las pastillas.
- Llévatelo en este maletín, no suda por fuera. La del comité estaba en la puerta cuando entramos. Nunca nos ha denunciado porque siempre la tocamos con algo, pero esta vez no le dimos nada y nos tiene el ojo echaó. Docto’, si te paran muérete antes de decir que te vendimos esto...(seguirá mañana)
Yo tenía ganas de comerme un bistec de res, sabroso, gordo, rebosante de sangre. Como lo anunciaba aquel cuadro que estaba en la sala. Se lo dije a mi mujer , pero me miró atravesada, nadie iba a venderme carne de res. Es que yo había olvidado a qué sabía un bistec de res, pero aquel cuadro me despertó el recuerdo. Fue idea de mi mujer decorar la casa con escenas típicas de distintos países. Por supuesto la cocina fue el tema principal.
Estuve tres o cuatro días indagando en le barrio, quién podía venderme unas cuantas libritas de carne. Pero nada.
Al quinto día se apareció en la puerta de la consulta Juanita la de la esquina
- Docto’, yo tengo carne de primera.
La observé, el estómago reaccionó primero. Hizo un leve ruido, se movía. Luego se me movió la mente.
- ¿A cuánto?
- A cincuenta la libra, pero por ser pa’ ti, te la dejo en cuarenta, ¿ te cuadra?
- Me cuadra, ¿ te doy en medicamentos lo que no pueda darte en efectivo?
- Meprobamato y Parkinsonil. El Mepro pa`mi y el Parkin pa`Lezama. Agarra tremendas notas, lo liga con el ron y se pone a gritar historias.
- Adelante con los tambores, ahora no hay nadie. Vamos pa`tu casa.
Eran como las once y pico de la mañana. Llegamos a la casa de Juanita. Una de las hijas estaba limpiando la sala, era un piso de mosaicos antiguos y rajados, pero que cogía buen brillo si frotabas duro. Olía a kerosén fresco. Comprobé que la muchacha echaba unos chorritos de una botella en el cubo de la limpieza. Era luz brillante.
- Pasa, Guillermo... No te quedes ahí en la puerta.
La hija tenía una voz dulce y la sonrisa de la madre, abierta, con la misma cantidad de dientes. Era delgada y fibrosa y movía la cintura de una forma contagiosa.
- No, me quedo aquí.
La madre nos dejó hablando y desapareció por un pasillo mientras su hija pasó el trapeador por debajo del sofá y dos cachetes asomaron por debajo del diminuto pantalón, allí se quedó unos minutos como si buscara algo bajo el mueble.
- Esto es de primera. Cinco libras, a cuarenta: doscientos pesos. Dame cien pesos y lo otro en pastillas, ¿okey?
- ¡Sabroso! Mañana te traigo el dinero y las pastillas.
- Llévatelo en este maletín, no suda por fuera. La del comité estaba en la puerta cuando entramos. Nunca nos ha denunciado porque siempre la tocamos con algo, pero esta vez no le dimos nada y nos tiene el ojo echaó. Docto’, si te paran muérete antes de decir que te vendimos esto...(seguirá mañana)