La historia contada

Posted: miércoles, 28 de abril de 2010 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Tania miraba el patio mientras abría dos cervezas, el invierno estaba llegando a su fin, aparecían ante su vista objetos que por meses estuvieran sepultados bajo la nieve. La mesa de verano recobraba su figura, el tanque de plástico de la basura, la hierba invadía el espacio blanco y monótono. Tania seguía ese avance diario como si en esa operación librara una importante batalla, o se le escapara la vida misma. Roque la llamó desde la sala, le reclamaba por la cerveza olvidada.
-No sabe mal la cerveza Hatuey, es una lástima que aquí no la vendan en las grandes tiendas. Ya terminé de instalarte el equipo. Para que no te asustes, con un solo mando podrás encender todo: el televisor, el satélite, internet, wiffi, la radio, la computadora y el aire acondicionado.
-Me pasas un curso después. Hay que dejarle cerveza a María que va a venir.
Tania era una mujer de unos cuarenta y dos años, de rostro hermoso. Poseía unos ojos verdes y su belleza era mezcla de blanca cubana intoxicada por los siglos. En estos momentos se encontraba estudiando francés, una batalla cruenta entre ese idioma y cultura contra todos los demonios de una Baracoa lejana. Su carácter era similar al de sus contemporáneos, muy jodedora y criolla. A la hora de hablar, al hijoputa lo llamaba por su nombre.
Hacía más de 15 años que Roque y Tania se conocían.
 Se encontraron en Santiago cuando ella estaba haciendo la cola, que no recuerdo para qué, si era para los mandados, o delante de un banco, o en la farmacia, de todas formas qué diferencia, la cuestión era que no sabía si era por el calor o por la cola que le llegó una sensación horrible, que no la dejaba hacer la cola. Tenía que salir. Ella solo pensaba en una sola cosa “me va a dar un infarto” la indiferencia de la gente que hacía la cola era escalofriante. Se amontonaban unos contra los otros. Roque fue la única persona que la recogió con tremendo escándalo por sus pantalones apretados, sus ademanes exagerados y el trato directo y afectuoso con que atendió a Tania en medio del bochorno y de la gente.
-Voy a preparar algo de saladito. Les dijo Tania.
-No te preocupes, acabé de comer ahora mismo. Le respondió María.
-¿Y quién carajo te dijo que esto era para matarles el hambre? Es solo para picar un poquito.
-Bueno mi vida, prepara lo que te dé la gana para que seas feliz. Intervino Roque y su amiga comenzó a sacar de una gaveta varias latas pequeñas de conserva. Fue sirviendo el contenido en un plato y colocó palillos para que fueran pinchando.
-¿Esto qué es?- Preguntó María.
-Mija, se ve que todavía estás verde, estos son mejillones, este otro grupito es de ostras y los prietos son calamares en su tinta. Le explicaba Roque mientras ella los iba probando.
-¡Coño, me gusta! ¿En cuál mercado los compraste?-
-Aparte de la comelona esta, quiero escuchar a Tania de nuevo con la historia del cuño, pidió Roque.
Te lo contaré por última vez, que ya van tres veces cojones. Bueno, todo sucedió cuando yo trabajaba en la casa de cambios de oro y plata. Ustedes saben que en la casa de cambios llegó un momento en que nada funcionaba y que la gente dejaba un poco todo al abandono: El sistema de ventilación se encontraba fuera de servicio, la sala contra incendios presentaba perforaciones, la totalidad de las mangueras se encontraban podridas; estamos hablando de una casa de cambios, que se suponía que la seguridad era de punta, sin olvidar que la fachada estaba con puntales...
-Bueno vamos a dejar un poco los comerciales, ve al grano. Le dijo Roque con un tono de jodedera.
Ahora viene lo peor; me faltaba poco para irme para Francia y presenté mi salida en la empresa. Le dije a la muchacha que me atendió mis intenciones y mi deseo de entregar mi puesto de trabajo. No me sorprendió cuando me dijo que continuara con el puesto hasta mi partida. Un día después recibo de manos de un trabajador alcahuete, una copia del inventario realizado en mi oficina. Quién te dice que cuando me pongo a leer aquel inventario, encuentro la existencia de dos cuños, uno grande y el otro pequeño. La realidad era que nunca tuve dos, solo el grande. Fui para la empresa a pedir una entrevista con el director, la muchacha que trabajaba como secretaria quiso o intentó pelotearme y allí mismo me le exploté. El tipo al oír mi escándalo le dijo que me dejara pasar, de nada me sirvió todas las cosas que le dije a la cara al hijo de puta.
-¡Oye rubia! Yo creo que has actuado muy mal al explotártele a Carlos de esa manera, él es el jefe y creo que es una falta de respeto. Me dijo la secretaria cuando pasaba junto a ella.
-¡Mira! En primer lugar no como miedo, y en segundo lugar, Carlos es tu jefe y no el mío, no le debo ningún respeto porque es un hijo de la gran puta. Le di la espalda y partí dejándola con la palabra en la boca.
Debo confesar que mi preocupación se encontraba fija en la existencia de aquel dichoso cuño incluido en el inventario. En esos tiempos no existían en ningún mercado, ni en el de dólares. Como en esos días se estaba realizando un “Plan Tareco” en muchas partes de Santiago, yo salí un sábado a recorrer las grandes lomas de basuras acumuladas, y aunque no lo crean, encontré un Cuño pequeño, solo que le faltaba algunas letras en el centro. Como yo tenía apuro por salir de ese problema lo rellené con plástico derretido. Sinceramente era tan insignificante. Dos días antes de mi salida se apareció el director con una copia del inventario en las manos: ¿Apareció el cuño? Fue lo único que le importaba de todo lo que él mismo había inventariado. Sentí deseos de haber tenido una pistola en ese momento para matarlo, de verdad que no merecía otra cosa, y no era para menos.
Ese día me informó que tenía que abandonar el trabajo inmediatamente. Menudo alivio. Y aquí estoy con mi mando en la mano que no sé si poner en marcha el televisor, el DVD o escuchar un disco porque ninguna ficción por muy buena que sea podrá superar la realidad de nuestro encuentro ni del maldito cuño, ni nada que no haya vivido en todos esos años. ¿Quién se lo podría creer si no fueran ustedes?

-Apartando la nostalgia y tus lagrimones de cocodrilo ¿por qué no me cuentas ahora la historia de la visa?

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