A solo diez centímetros

Posted: martes, 15 de diciembre de 2009 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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La noche se hace más oscura. Puede ser que esa oscuridad de hoy no sea tan mala como la de ayer, se dice ella. Su cabellera rubia, que se confundía con el amarillo de los naranjales en su natal Ciego de Ávila, se sale por la ventanilla del taxi, cuando asoma la cabeza para indicar un bache gigantesco que amenaza tragarse al carro.
Solo diez centímetros, se repite parada en la esquina del Parque. A la derecha el Gran Hotel lleno de peces que la miran. Los peces, así les llaman todas ellas a los turistas y cuando los pescan les dicen pescado por supuesto. Peces esperando su carnada y viceversa. A solo dos metros, una experimentada que inicia a sus colegas. “Regla número uno, acostarse con alemanes, checos, búlgaros, españoles, franceses, chilenos, chinos, ingleses y hasta coreanos -del Sur, por supuesto. Pero, prohibido acostarse con nacionales, porque sus esposos lo van a considerar como un acto de adulterio”.
Empieza su recorrido habitual. El tun tun de sus caderas deja miradas al paso: esa minifalda que ella se pone le marca hasta el intestino, y la blusa transparente como sus mismas intenciones, se le pega al cuerpo y la hace sudar. Lleva unas sandalias cruzadas hasta las rodillas, las manos llenas de anillos, cada uno de una persona diferente, de una promesa distinta. No será una obra de arte colonia, pero su color café resalta en la esquina de la iglesia neoclásica.
Son las once. Ella se para en la esquina del parque. “Menos mal que no estamos en Europa, sino el frío me mataría”, mira a una banda de jóvenes que piensan acabar con el ron de Santiago. “Y por qué seguir en esto, se dice, porque no hay pescado que llevar a la mesa en una tierra rodeada de mar, no hay azúcar en un país sembrado de cañaverales, ni frutas en un paraíso tropical", se responde las mismas palabras de auto estimulación. Pero no dice, porque está loca por sentenciar a un pescado que le asegure los zapatos blancos de tacón que acaba de ver en la tienda de la Catedral. A veces aún sin un kilo arriba entra a las tiendas a oler lo que un día comprará, como cualquier española o francesa o italiana. La muy inconsciente piensa que afuera el dinero cae del cielo. Sueña con los perfumes de Gucci, Armani, con ponerse ropas de alta costura y con pasearse como una actriz desubicada, pero orgullosa de su última película.
A su izquierda los defensores del orden. La policía. Ella sabe que la miran, pero la dejan hacer por dos cajas de cigarros Marlboro y cinco dólares. A veces no son los Marlboro los que les quitan el deseo. Lo ha podido experimentar y sus amigas también. El sexo. Por suerte los de esta noche son adictos al tabaco.
Solo diez centímetros. Ya son las dos de la mañana ella camina en medio de dos hombres. Uno mayor que ella, al otro no le calcula todavía la edad pero sí el aliento. Es la tercera vez que se detiene a vomitar. A pesar de todo, ella no soporta los besos, se envuelve en halagos que no siente y no para de mentir como una loca... Sí mi amor, eres el único, el mejor hombre que he conocido, como tú nadie, - mientras un dolor en el vientre le da arcadas, pero piensa en los zapatos que se va a comprar, cierra los ojos y actúa interpretando un guión majestuoso.
Ya son las siete de la mañana pasa por el pasillo que la lleva a su casa. Su marido la espera allí. ¿Cuánto? Solo 20 dólares... La mira con el odio de haber perdido a su madre. En medio del pasillo le empieza a quitar la ropa con violencia, le grita, ábrete cojones mientras la cachea y la mantiene firmemente. Está con la minifalda por las rodillas, de un piñazo en el ojo la obliga a agacharse y sigue cacheándola en sus partes más privadas. “Puja cabrona, puja”. A solo diez centímetros está el resto del botín, en su mano. Es una táctica que ella aprendió en el oficio.Y para colmo de males tenía ahora dos dientes flojos y estaba quedándose ciega.

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