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Antonio buscaba dentro de su gaveta, mientras su mirada recorría cada recodo de la caja. Hoy tenía una de aquellas citas amorosas y trataba por todos los medios dejar una buena impresión en la muchacha, era su primera salida con ella. Luego, la necesidad hace parir milagros y cuando tuviera un poco más de confianza ella lo comprendería. El mejor de los tres calzoncillos tenía una pequeña mancha amarillenta. Trataba de adivinar si era orine o semen. A la vieja le está fallando la vista, pensó.
Fue abriendo cada bola de los pares de medias y buscaba ansiosamente la presencia de algún huequito, los tres pares se encontraban a salvo, eran fuertes, podia presumir de ellas. Entre semana usaba uno solo para trabajar. Continuaba observándolas y le llegó a la mente la imagen de su abuela cosiéndolas con un bombillo dentro. Era experta zurciendo calcetines y puloveres, su costura era casi invisible. Las mujeres de hoy no saben coser, pensó nuevamente. Los puloveres eran las prendas más sacrificadas, gracias a la abuela aquellos huequitos parecían picadas de mosquitos, era un lujo usarlas.
La manchita en el calzoncilloo, ésa era ahora su máxima preocupación, ¿qué sería? De todas formas lo de las manchas no era tan importante, con la luz apagada eran imperceptibles, era un truco que no fallaba. Casi siempre le solicitaban que apagara la luz, quizás para ocultar recientes chupones, tal vez por algún huequito en el blumer o marcas ancianas en los tirantes de los ajustadores, él las complacía y se hacía el favor. Ellas también actuaban así. Ahora le faltaba su perfume. Pero la falta de un botón no se podía ocultar en aquella semipenumbra. Ya era suficiente que fuera matapasiones para encima de eso sumarle la pérdida de aquel botón.
-¡Vieja! No obtuvo respuesta y llegó a imaginar que pensaba, insistió en su llamada. ¡Vieja!
-No me grites que no estoy sorda. Respondió la madre desde la cocina y su voz llegaba lejana, perdida.
-¿Qué pasó con el botón del calzoncillo?
-¿De cuál calzoncillo?
-Del de salir.
-No lo sé, sabrá Dios que hiciste con él, yo no uso calzoncillos.
-No los usas, pero eres quien los lavas. ¡Ah! Y tienen una manchita amarilla cerca de la portañuela.
-Sacúdete bien el rabo cuando orines, así están los de tu padre y los de tu hermano. Ya estoy cansada de lavar calzoncillos meados y que se orinen fuera de la taza del baño.
-¿No tienes un botón para pegarle a este calzoncillo? Hoy tengo una salida.
-No hay ninguno blanco.
-¿Cómo que no hay ninguno blanco?
-¿Eres sordo o ciego? No lo hay, ¿no lo ves?
-¿Y ahora?
-De ese tamaño solo hay dos negros, los demás son muy grandes o demasiado pequeños.
-¡Eso es un papelazo! ¿Cómo me voy a aparecer con un calzoncillo blanco de botones negros?
-Como se aparece cualquiera, no estamos en tiempos de lujos o exquisiteces.
-Pero me veré ridículo con esa pieza, y de contra, es matapasiones.
-Si la muchacha está enamorada de ti no se fijará en esos detalles.
-¿Enamorá de qué, vieja? Ya corren otros tiempos.
- ¿Te los pongo negros?
- ¿y la manchita amarilla de la portañuela?
-No hay cloro, no hay lejía, hay poca luz brillante y la astillita de jabón debe alcanzar por varios días, así que no te enjabones demasiado cuando te bañes. Esa manchita se puede evitar con un poco de cuidado cuando andes en tus cosas, apaga la luz del cuarto cuando estés con ella.
-¡Ñó! Si sé eso no te hablo de los botones negros.