Veinte años no es nada

Posted: miércoles, 2 de junio de 2010 by yannier RAMIREZ BOZA in Etiquetas:
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Juan estaba nuevamente sentado escuchando con sus oídos sordos. Se apuntaba que se repartirían bonos para comprar refrigeradores: “ojalá me toque uno para calmarle la boca a Juanita” decía Juan. Si se lo ganaba, su mujer podría hacerles duro frío a los niños con guachi pupa de fresa.
El secretario estaba sentado en la mesa que presidía siempre la reunión semanal, mensual, trimestral y anual. Principiaba el himno nacional, todos estaban de pie. Luego empezaron los planes y metas que solo se alcanzaban en la imaginación de aquellos que se encontraban frente a Juan. Cifras y más cifras recorrerían el espacio entre la mesa y el auditorio. Palabras que entraban y salían en los oídos de la gran mayoría. Por supuesto que en todos no ocurría lo mismo, entraban y se quedaban como cualquier virus de computadora, destruyendo las pocas neuronas que les quedaban.

Entonces cuando nadie lo esperaba, empezaron a hablar de los bonos para los refrigeradores. Juan esperaba el punto con impaciencia. Pero para su gran sorpresa se enteró de cosas que no venían al caso, no tenían ninguna relación con los planes de producción, ni con las metas comprometidas, ni con la emulación. A Roberto le pegaban los tarros, no participaba activamente en los trabajos voluntarios, no hacía guardia del comité: sus hijos se quedarían sin el refrigerador, pensaba Juan.
Uno de los secretarios anotaba la asistencia, se sabía la vida de todos los presentes. Anotaba en su agenda roja. La agenda roja era una señal de que había participado en algún congreso de esos, donde todos levantan obedientemente la mano, sin saber por qué. Lo hacían por reflejo condicionado esperando la hora del receso para poder comer la suculenta merienda. El secretario escribía sin parar, sin levantar la mirada, es probable que el caso de Juan sea analizado más adelante, en el seno del núcleo. Juan no era militante. A Roberto se le descartaba automáticamente por tarrú, se decía Juan. Pero nunca llegó su caso, ni al núcleo, ni a las demás asambleas. Esperó terriblemente por Asuntos Generales, y nada. Luego se escuchó otro himno.

Veinte años más tarde Juan se encontraba en la misma situación. Pero los tiempos habían cambiado. En la asamblea dijeron que se podía hablar con “sinceridad”. Juan se preguntaba qué hemos hecho entonces ¿maullar? Nadie hablaba. La mesa era la misma, un poco más grande a decir la verdad. Los secretarios no eran los mismos, María falleció de un infarto y Antonio se fue para España con su agenda roja llena de historias. Dicen que seguía escribiendo datos interesantes sobre la gente de su barrio, pero que no salía por temor a encontrarse con Roberto que se casó con una española. Celia, la encargada de las actividades culturales que tenía un grupo de danza y ensayaba en horas laborables, se fue también. Dicen que se casó con un ruso, dejó embarcado al grupo de danza.

Llegaban los que iban a presidir la asamblea y ocupaban los puestos que una vez pertenecieron a María, Antonio y Celia. El secretario general acercó el micrófono y se produjo un agudo silbido que retumbó en los oídos. Bebo salió disparado hacia el equipo de audio, bueno, lo hizo a la velocidad que le permitía la artritis y movió un botón, el ruido desapareció. Era el único sobreviviente, bueno, él y el equipo de audio. Las miradas se fijaban en dirección a la mesa. Todos eran jóvenes. El secretario invitó a ponerse de pie para escuchar el himno nacional. Uno de los secretarios de turno leyó el orden del día. Otro de los secretarios pasó lista visual de los presentes y anotó algo sobre una agenda roja, se conocía el santo y seña de todos los asistentes. Era muy probable que hubiera asistido a algún congreso de esos, donde todos levantan la mano por reflejo condicionado. Juan esperaba por el punto de Asuntos Generales, ya nadie hablaría sobre los tarros que le pegaron a Roberto, es algo tan natural, vivimos en una sociedad donde hombres y mujeres tienen los mismos derechos. Juan tenía tantos deseos de hablar, de expresar lo que llevaba acumulando desde hacía casi veinte años. Su mirada se dirigió a la mesa. El secretario general hablaba sin parar, hacía mención de logros que nunca se habían logrado, citaba números y más números que entraban y salían por todos los oídos, como el virus que destruye las memorias en las computadoras. Y empezaban las mismas metas, los mismos planes, los mismos retos. Nació la incertidumbre, creció el temor, aumentó la desconfianza. El secretario que estaba sentado al lado derecho del secretario que presidía la asamblea, miró a Juan sacó un bolígrafo del bolsillo de su guayabera, abrió su agenda roja y escribió.

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